Nunca una sociedad en
silencio, amordazada por el propio poder político, ha sido ni puede ser
democrática. Es más, el silencio y la democracia son conceptos contradictorios
y que la mayor parte de las veces se excluyen mutuamente. Es que la vida en
democracia exige, como condición necesaria, como factor determinante, la libre
circulación de ideas sin represalias, sin amenazas, sin consecuencias desde
“las altas esferas” la posibilidad lícita y práctica de disentir y de proponer
visiones distintas, la capacidad de alzar la voz de vez en cuando y si fuera
necesario, y del pataleo como forma de expresión.
Las sociedades
silenciosas son, por el contrario, sociedades en estado de extenuación
perpetua, sociedades grises y plúmbeas, sociedades gobernadas por el miedo y
por las miradas de reojo, sociedades tuteladas por el temor al castigo.
También suelen ser
pasto fértil para los regímenes autoritarios, aquellos signados por la pasión
de tapar bocas ajenas, por ejercer el control absoluto, por la afición a no rendir
cuentas a los ciudadanos asustados y apaciguados (que van a las urnas mecánica,
maquinalmente como zombis), por la tentación de dejarse sedar por el poder
perpetuo y sin límites, por la creencia (errada, como casi todas las creencias)
de que solo los dioses y los pueblos otorgan legitimidad y, al final de todo, juicios
justos para los políticos y sus amigos.
¿Cuántas veces hemos
escuchado aquello de yo solo respondo
ante dios, ante el pueblo y ante la historia?
¿Cuántas veces hemos
oído aquello de yo soy la voz del
pueblo, mientras el pueblo mira el televisor, comprado en cómodas cuotas
mensuales?
Hablar en susurros y
con la discreción del caso. Pensar con cuidado y cautela de no herir o levantar
las suspicacias del poder, o de agnados y cognados. Meditar cada palabra,
tasarla, evaluar si lo dicho no contraría o enoja a nadie de peso o influencia,
dudar hasta de la madre de uno y de los familiares más cercanos, verificar que
nadie nos esté oyendo, sospechar de la posible delación del vecino, desconfiar
hasta de los amigos más íntimos. Temer. Recelar. El silencio va creciendo,
esparciéndose suena como una palabra más apropiada, al mismo ritmo que el poder
va ganando los pocos espacios que quedaban
por ganar, va captándolo todo, sigue avanzando, lanza en triste como un
ejército de ocupación que no encuentra enemigos a la vista. El silencio es la
forma por la que el poder quiere controlar la (su) verdad, monear la realidad a
su antojo, encontrar adhesiones temporales, repartir premios a los
simpatizantes e infligir castigos (“todo el peso de la ley”) a quien no
pliegue.
Sordina y bozal.
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